No sé si habréis leído/
escuchado algo sobre Bajo la misma estrella aunque está por toda la red. Yo
acabo de terminarlo y aunque no suelo hacer esto, no puedo evitar escribir esta
reseña a las doce menos veinte de la noche porque este libro se lo merece y
realmente me ha cambiado. Os voy a
contar algo, algo que no viene al caso y que no tiene nada que ver con esta
novela y a la vez es toda ella, aunque
cuando leáis esto yo habré vuelto en mí y no lo veré todo como en este preciso instante.
Llego a mí el jueves, el
día antes de un examen de griego. Debía estudiar, sabía que tenía que
estudiar, que por muy bien que mi cabeza lo recordara todo, llegaría allí y mi
mente se mimetizaría con las preguntas en blanco, perdiendo importantes minutos
en relajarme. Aún así leí todo lo que se
encontraba en la portada, contraportada y los agradecimientos del principio y
del final. Al día siguiente era viernes, un bonito fin de semana por delante
que disfrutar. Tenía –tengo- cuatro exámenes la semana que viene. Importantes.
Muy importantes. Y leerme tres libros. Importantísimos. Hice todo esto, pero no
lo suficiente. En cambio, leí un par de capítulos entre descanso y descanso.
El sábado seguí con esta
rutina, leyendo este libro que ha sido y es tan recomendado y alabados por
todos. Ahora que lo he terminado puedo describirlo como la mezcla perfecta
entre Las Ventajas de ser un marginado,
Eleanor & Park con una ración de
realidad, dura y cruda y ciertos tintes a El
Guardián entre el Centeno.
Me ha emocionado
muchísimo, llegando al extremo de
escribir esta reseña en lápiz y papel a estas horas de la noche y sin
dejar unos días reposar el libro como siempre me gusta hacer. Leyéndolo, no
pude evitar llorar y entonces, con los ojos hinchados y la señal de las
lágrimas en mis mejillas, seguí.
Acababan de conocer al escritor favorito de mi querida Hazel, con su
cáncer incurable en los pulmones. Era odioso. Las lágrimas florecieron pronto.
No voy a destriparos el final. Solo diré que Hazel tiene un cáncer que es
imposible curar y Augustus tiene cáncer también,
que ha remitido pero llevándose por delante una de sus piernas. Y es una historia
no real, sino realista en el más amplio espectro de la palabra. No esperéis un “y
vivieron felices y comieron perdices” cuando es un libro realista. No suelen
haberlos.
Pero esta novela tiene
también sonrisas, carcajadas y miradas enternecidas. Y lágrimas. Porque las
lágrimas son importantes aunque no sirvan para nada, porque son nuestras y al
igual que nuestros pensamientos podemos contenerlos, intentar que los demás no
los vean aunque ni siquiera podemos decidir donde, cuando y con quién vamos a
dejarlas escapar al no aguantar más.
Sabemos que seremos olvidados
por mucho que esto nos asuste, que seguramente solo seamos otra persona que crece, vive y muere sin haber
hecho prácticamente nada. Aun así, aun así, Augustus prefiere morir una y otra
vez en un simple videojuego salvando a personas compuestas por unos y ceros, ya
que en su vida real es imposible. Y Hazel quiere morir en el mayor silencio,
siendo una pequeña granada cuya metralla no acierte a todos cuantos ama aunque
sabe que ocurrirá.
Aquí me encuentro,
ignorando la hora y la oscuridad que me envuelve más allá de este foco que ilumina
este papel. No puedo dejar de pensar en Augustus, en Isaac, en Hazel, en sus
padres, en Van Hauten, en Mónica… En cada uno de los personajes que han
aparecido en este libro, que se aparecen ante mí como fantasmas que me obligan
a escribir sobre ellos para que no caigan en el olvido, y eso es lo que hago.
No me importa si son granadas o daños colaterales. Son personas que no deben
ser olvidadas, como los millones de personas que mueren cada día.
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